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Los 10 mejores juegos del 2015

Existe la sensación generalizada de que 2015 no ha sido un gran año para los videojuegos. Luego miro mi pila de juegos pendientes y me entra un sudor frío. No creo que sea humanamente posible despacharse todos los principales lanzamientos del año y demonios, si esto ha sido un mal año no sé si estoy preparado para uno bueno.

Hacer balance de los mejores del 2015 es casi una obligación para cualquier juntaletras de los jueguicos, pero también un buen marrón. Ahí tengo, comprados pero todavía esperando su turno, cosas como Xenoblade Chronicles X, Divinity: Original Sin, Wasteland 2, The Vanishing of Ethan Carter o Batman Arkham Knight, mientras que otros pelotazos del año, como Life is StrangeUndertale, Axiom Verge, Broforce, SOMAYoshi’s Woolly WorldHer StoryOri & The Blind Forest, Downwell, Downell, Splatoon o The Beginner’s Guide, aún están en mi punto de mira, con bastantes papeletas para estar aquí si me hubiera dado tiempo a hincarles el diente.

Mal asunto empezar mi repaso justificándome, pero siento la obligación de dejar bien claro que mi lista es parcial, personal y absolutamente discutible. Es mi lista y lloraré si quiero.

10 – Rocket League

Detesto el fútbol y para mí los coches no son más que vehículos para ir a sitios. Y sin embargo aquí está, un juego de fútbol con coches entre mis favoritos del año. Su secreto es su sencillez. En Rocket League no hay botón de disparo, no puedes dejar trampas, todos los coches corren exactamente lo mismo y la superficie de los campos es totalmente lisa. El juego se limita a colocar en un campo cerrado a un puñado de coches, todos con las mismas características e idénticas posibilidades de ganar, y deja la victoria en manos del jugador que mejor sepa sacar partido de la inercia, la velocidad y las físicas del balón. En Rocket League gana el mejor, como debería ocurrir en los deportes reales si no hubiera árbitros huntados o jugadores dopados, y hay algo  hermoso en eso que nos devuelve a los tiempos en que los videojuegos se reducían a chavales compitiendo sanamente a la hora de merendar. Rocket League es el air hockey del siglo XXI.

9 – Wolfenstein: The Old Blood

Si  hace unos años no podías dar una patada sin que te saliera un shooter en primera persona, el género se encuentra ahora en un momento de extraña decadencia, provocada en parte por la saturación pero sobre todo por no tener muy claro si evolucionar asimilando ideas de otros géneros o soltar lastre para volver a los orígenes. Wolfenstein: The New Order fue un exitazo de público y crítica gracias a su apuesta por la segunda opción. Fuera coberturas, escudos, escuadrones de compañeros que te ayudan o curan y demás imposiciones para hacer el juego más accesible. Su convencido clasicismo fue tan rotundo que le echó un par y hasta prescindió de cualquier componente mutijugador, una decisión que se suele traducir en una pérdida automática de ventas. El resultado fue un shooter excepcional, heredero directo del Wolfenstein seminal de 1992, no apto para los chavales de la generación Call of Duty.

Tras el buen resultado, este año se lanzó The Old Blood, una precuela lanzada a precio reducido que repite el énfasis en la acción salvaje y sin adulterar, pero que además se beneficia de un mejor ritmo gracias a su menor duración. Otra mejora respecto a The New Order es su tono, algo más desvergonzado y contundente, como si asumiera por fin que no hacen falta excusas para reventar cabezas de nazis a escopetazos, una de las experiencias más gratificantes que puede ofrecer un videojuego.

8 – Yakuza 5

Este me toca las narices que esté aquí porque ni siquiera es de 2015, hemos tenido que esperar tres años para que llegue a Europa. Y por si eso no fuera bastante puñeta, Sega nos lo tira a la cara con desgana, publicándolo exclusivamente en formato digital y una localización mínima, con voces en japonés y subtítulos en inglés, como si aborreciera la idea de que los despreciables occidentales mancillen la obra de Toshihiro Nagoshi con sus sucias zarpas. Pues sí, maldita Sega, ya podemos jugar a Yakuza 5 y es maravilloso.

7 – Star Wars Battlefront

Como ya dejo entrever al hablar de Wolfenstein, no soy muy partidario de los shooters modernos y menos de los que se lo juegan todo a la carta del multijugador. Sin embargo, con Star Wars Battlefront DICE ha conseguido algo que me parecía imposible: construir un shooter enfocado al online pero dirigido al público más casual, a tíos de 30 años que no tienen tiempo, ganas ni paciencia para lidiar con críos que viven enganchados al Duty o al Battlefield. Lo que Battlefront ofrece son partidas rápidas, sin complicaciones y escaso interés en el largo plazo. Un juego perfecto para llegar a casa después de un largo día de trabajo, recargar pilas pegando unos tiros en una perfecta recreación del universo clásico de Star Wars y a otra cosa, mariposa. Para algunos su extrema sencillez es su mayor defecto. Para mí es su mayor virtud.

6 – Uncharted: The Nathan Drake Collection

Mis tres juegos de acción y aventura favoritos de la generación pasada, recopilados en un mismo disco con algunos retoques. ¿Se puede mejorar lo inmejorable? Se puede. Esta colección prepara el terreno para el inminente Uncharted 4 revisando las tres primeras aventuras de Nathan Drake en una remasterización de matrícula de honor. Las mejoras gráficas son muy notables pero fieles a la visión original, consiguiendo que en 2015 esta trilogía no se vea como era, sino cómo la recordabas. Además, otras novedades como un nuevo nivel de dificultad, un modo fotografía, cronómetro para speedruns, corrección de errores y mejoras en el sistema de apuntado proporcionan suficientes excusas para que el paquete sea atractivo por igual para veteranos y recién llegados.

Me gusta imaginarme con 70 años enseñándoles a mis nietos cómo eran los juegos de mi época. Cuando les hable, orgulloso, de lo espléndidos que fueron los Uncharted originales, esta es la versión que les pondré.

5 – The Thalos Principle

Aunque el original salió en diciembre del año pasado, este año ha vuelto a las tiendas gracias a una edición para consolas que incluye su expansión Road to Gehenna. Es fácil arrugar el morro ante esta extraña propuesta de Croteam, diametralmente opuesta a la especialidad del estudio, los shooters tontorrones y descerebrados de la franquicia Serious Sam. Y aquí tenemos, sin embargo, un inteligente juego de puzzles con tintes filosóficos.

The Thalos Principle es tremendamente interesante en lo conceptual: un androide con conciencia propia intenta descubrir su razón de ser en unos entornos basados en las ruinas de las civilizaciones perdidas de la Humanidad. Cada nivel completado desbloquea las piezas que el androide necesita para acercarse más a la voz de un dios incierto que le habla. El diseño de los puzzles es muy remarcable, con una curva de dificultad medida a la perfección para resultar un reto intelectual pero no llegar a frustrar más de lo necesario, dando como resultado el mejor heredero de Portal de los últimos años.

4 – Pillars of Eternity

Probablemente esto diga poco bueno sobre mi adolescencia, pero recuerdo con especial cariño las noches que pasé en vela, liado en una manta, delante de Baldur’s Gate 2 y demás juegos de su calaña. El rolazo más rancio estaba en plena efervescencia y no faltaban aventuras profundísimas al gusto de paladares más refinados. Hablo en pasado porque ese subgénero murió con los tiempos, como las aventuras gráficas o los «yo contra el barrio», evolucionando hacia otras propuestas más comerciales como Diablo. Por suerte no soy el único abuelo cebolleta que añora los juegos de rol con más diálogo que combates y con un sistema de reglas que haría descarrilar un tren. Gracias a más de 73.000 nostálgicos se cerró con éxito una campaña en Kickstarter que ha permitido a Obsidian, estudio fundado por numerosos veteranos de Black Isle, volver a hacer un juego de rol clasicote como los de antes.

Pillars of Eternity es, básicamente, lo que habría sido Baldur’s Gate 2 en 2015. Un juego enorme, encantador, con un esfuerzo de guión colosal, muy complejo y, aún así, no tan intimidante como sus abuelos de hace más de una década. Una deliciosa pieza de orfebrería para disfrutar con paciencia y con cabeza.

3 – Dying Light

No llevo muy bien la sobresaturación de mundos abiertos. Después de mil Assassin’s Creed y sus respectivos imitadores nada me da más pereza que un mapa lleno de iconitos que prometen horas y horas de aburridas actividades insustanciales. La ciudad de Dying Light, en cambio, es un buen ejemplo de cómo hacer las cosas bien. Es visualmente espectacular, más de lo que cabría esperar de un pequeño equipo polaco con un presupuesto medio, pero sobre todo es un lugar que invita a ser recorrido. Su diseño es muy orgánico y está dividida en varias zonas distintas que ofrecen una necesaria sensación de variedad. Su punto más fuerte está en unas mecánicas de parkour muy efectivas, claramente inspiradas en Mirror’s Edge, que hacen que la exploración sea ágil y divertida. La libertad de movimientos de Dying Light es refrescante: puedes trepar y escalar prácticamente cualquier construcción, colarte en los edificios o brincar por sus tejados. Esa libertad también se traslada al combate, en su mayor parte cuerpo a cuerpo y echando mano de objetos improvisados como palos o mazas, que no es especialmente bueno pero sí lo bastante flexible como para afrontar las situaciones de diferente manera.

Aunque en las distancias cortas cantan sus defectos, Dying Light es mucho mejor que la suma de sus partes. Tiene un gran ritmo y sabe sacarle partido a algunas ideas propias, como darle un uso práctico al ciclo de día y noche. Durante el día los zombies se presentan en hordas numerosas, pero manejables. Por la noche son más ágiles, más agresivos y algunos enemigos con poderes especiales salen de su guarida. Cazador de día, presa de noche.

2 – The Witcher 3: Wild Hunt

La última aventura de Geralt de Rivia es la culminación de los juegos de rol modernos. Un trabajo colosal que ofrece más y mejor que nadie. Mucho se ha hablado sobre lo inabarcable que es su mundo, kilómetros y kilómetros de bellos parajes fantásticos, llenos de personajes, misiones y entuertos por resolver, o de cómo su poderío técnico supone un nuevo techo para la industria, pero yo me quedo con su guión. Estamos ante uno de esos casos cada vez más raros: una superproducción con alma. Y es que The Witcher 3 no se contenta con trasladar al videojuego fielmente los personajes literarios de Andrzej Sapkowski o de poner en su boca líneas de diálogo muy bien escritas, va un paso más allá y usa la fantasía como vehículo para reflexionar sobre temáticas muy vigentes en nuestro mundo, tales como la violencia doméstica, el aborto, el racismo o la opresión a los homosexuales. El brujo, lejos de ser un héroe idealizado, es un currante obligado a escoger el mal menor en un mundo de gises, uno que te resulta más familiar cuanto más profundizas en él.

1 – Bloodborne

La sombra de Lovecraft se proyecta en todo momento sobre Bloodborne. Como en los relatos del escritor de Providence, una vez que el jugador entra en la ciudad maldita de Yharnam queda a merced de fuerzas que no comprende, abrumado por enemigos que le superan en número o en poder. La obra maestra de Hidetaka Miyazaki consigue convertir en arte el desasosiego, la desolación en belleza, crea un clima enrarecido que se te mete en el cuerpo y no te abandona ni siquiera después de salir del juego.

Lo que en un principio parecía destinado a ser un Demon’s SoulsDark Souls de estética gótica-victoriana ha resultado ser algo muy distinto, con un sabor propio. La principal diferencia está en un sistema de combate radicalmente distinto. Si en los Souls se premia la paciencia, saber cuándo defender y cuándo atacar, Bloodborne se basa en la gallardía, la capacidad para jugarse la vida en ataques y contraataques realizados con precisión de relojero. Es más furioso, más encarnizado y mucho más adrenalínico. Después de tres Souls y un cuarto en camino, cuando su fórmula ya comienza a resultar demasiado familiar, Bloodborne sorprende por intrépido y emocionante.

El diseño del juego es de una perfección insultante. Su escala es la apropiada, el trazado del mapeado está calculado al milímetro, todo está colocado en su sitio y en su justa medida. Cada minuto de Bloodborne es una experiencia hipnótica y apasionante de la que no se puede escapar. Es magia negra.

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