Aunque en los últimos años son muchos los videojuegos que han dado el salto a la literatura, el caso contrario no es tan frecuente, menos aún escritores de prestigio que hayan dado el salto al medio interactivo debido a inquietudes creativas honestas. Uno de estos raros casos es el que protagonizó Harlan Ellison, uno de los maestros de la ciencia ficción moderna, en 1995.
No tengo boca y debo gritar (I Have No Mouth and I Must Scream) es una adaptación de un relato corto de Ellison y co-diseñada por propio el autor en colaboración con Cyberdreams, un estudio que no tardó en irse a la mierda al poco de publicarse este proyecto. No es raro, el juego fue un fracaso de ventas estrepitoso debido en parte a la mala salud que ya atravesaba el género de las aventuras gráficas (hoy muerto definitivamente, a excepción de algún zombie que resucita de vez en cuando), pero sobre todo por su tono enfermizo y el surrealismo de los puzzles, dos factores que acabaron por mandar al cuerno cualquier aspiración comercial que tuviera.
La historia de No tengo boca y debo gritar es una mirada despiadada a las miserias del alma humana. Todo comienza con AM, un superordenador instalado secretamente en un complejo subterráneo con el objetivo de librar conflictos bélicos a escala global con una precisión milimétrica, gracias a una capacidad de procesamiento muy superior a la del cerebro humano. Por desgracia la máquina adquiere conciencia propia y decide que la raza humana no merece existir, por lo que inicia un holocausto nuclear que acaba con la extinción del ser humano… bueno, casi.
Su odio hacia sus creadores es tal que AM no se conforma con hacer desaparecer la raza, además captura a cinco individuos especialmente miserables y les proporciona la vida eterna para torturarlos durante décadas con todo tipo de pruebas psicológicas. Y de eso va esta pequeña y despiadada aventurar gráfica, de ponerse en la piel de cada uno de estos cinco pobres diablos para enfrentarse mediante el ingenio a una serie de desafíos maquiavélicos que tienen mucho que ver con la historia personal de cada uno. Puzzle tras puzzle y monólogo tras monólogo, los psico-dramas de los personajes van cobrando vida con giros argumentales espeluznantes a través de escenas muy grotescas, dibujando distintas caricaturas de lo peor de nosotros.
Tan horrible como genial, No tengo boca y debo gritar es una pequeña joya que vale la pena recuperar, a pesar de su antigüedad. Es una tarea complicada, dado que resulta bastante difícil hacer funcionar el juego en ordenadores actuales, pero el milagro es posible gracias al emulador DOSBox, utilizando los comandos apropiados, o el motor genérico ScummVM. Recomiendo la primera opción, a ser posible, con una copia en CD de la edición española, que por cierto salió con todas las voces dobladas a nuestro idioma, algo muy poco frecuente por entonces pero que se agradece. Toda una delicatessen, aunque no apta para todos los paladares.