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Assassin’s Creed: Unity nace estrellado

En los últimos años la franquicia Assassin’s Creed se ha convertido en el mejor ejemplo de todo lo que está mal en el mundo de los videojuegos. Aunque ninguna de sus ya numerosísimas entregas ha resultado ser ninguna obra maestra, la serie ha sabido jugar bien sus cartas y apoyada en una maquinaria de marketing brutal ha conseguido convertirse en la gallina de los huevos de oro de Ubisoft.

La editora gala tampoco ha estado torpe a la hora de aprovechar su oportunidad, eso es evidente. Muy consciente de lo que tiene entre manos, ha convertido sus estudios de desarrollo en una auténtica factoría que garantiza al menos una nueva secuela de la serie a tiempo para cada campaña navideña. Tal es su feroz política de expansión que este año no tenemos uno sino dos Assassin’s Creed listos para incorporarse a las listas de los Reyes Magos: Rogue y Unity.

De Rogue no hay mucho que comentar. Se trata de un título de relleno para PC, PS3 y Xbox 360 que recicla la tecnología y las mecánicas de su predecesor, Black Flag, con el objetivo de tener algo que vender a los fans que todavía no han comprado ninguna de las nuevas consolas. Este año el verdadero protagonista es Assassin’s Creed Unity, el primero creado específicamente para la nueva generación y por lo tanto el centro de todas las miradas. Una ocasión perfecta para lucirse, mirar por encima del hombro a la competencia y reivindicar la vigencia de una franquicia que empieza a oler a rancio. Para vergüenza de Ubisoft, lo que debería haber sido un golpe de autoridad ha terminado convirtiéndose en un auténtico circo.

El principal problema de Unity es que deja al descubierto de forma descarada cómo Ubisoft antepone sus ingresos a la satisfacción de los usuarios. Las primeras impresiones del juego son para frotarse los ojos. Según Justin Davis, director ejecutivo de IGN, la primera vez que intentó abrir un cofre el juego le avisó de que necesitaba tener instalada una aplicación de móviles que además requiere tener una cuenta registrada en Uplay. El segundo cofre le dijo que para desbloquearlo debería ser miembro de Assassin’s Creed Initiates, una especie de red social de la saga. Para el tercer cofre necesitaba mejorar las habilidades de cerrajero del personaje, algo que puede conseguirse echándole horas al juego o pagando dinero real. La tienda para comprar estas mejoras aparece destacada como la segunda opción del menú de pausa y permite adquirir packs de moneda que van de los 20 a los 100 dólares.

Por supuesto estas compras son opcionales, pero el mero hecho de que Ubisoft te pida 100 machacantes después de pagar 60 por el propio juego resulta bastante insultante para el consumidor. Este es el verdadero problema de fondo, que la compañía ya cuenta con vender automáticamente decenas de millones de copias cada año y dedica más esfuerzos a idear nuevas maneras de seguir exprimiendo al usuario que a mantener la calidad.

Y así ha salido la cosa. Con una media de 76 en Metacritic, Unity es ya la entrega de sobremesa peor valorada por la prensa. Menos benevolentes han sido los usuarios, con una media de 3.3 en Metacritic y más de 1.000 opiniones negativas en Steam. La tormenta de mierda no tiene tanto que ver con el diseño del juego, que está en la línea de los anteriores, sino en un apartado técnico nefasto. Hasta 10 estudios de Ubisoft de varios países distintos han metido mano en él para que pudiera estar listo para Navidad, pero ni con esas (o quizá precisamente por eso, recordemos la Ley de rendimientos decrecientes) ha sido posible tener listo a tiempo una cosa en condiciones. Ante este fracaso la política de la empresa ha sido la peor posible: lanzar un Unity roto al mercado y confiar en ir solucionando sus errores a través de parches.

Lejos de la puesta de largo que debería haber sido para las nuevas consolas, Assassin’s Creed: Unity llega con una resolución capada a 900p (inferior a los 1080p nativos de las televisiones modernas, lo que se traduce en una imagen emborronada) y un framerate muy inestable que llega a caer por debajo de 18 FPS (30 es el mínimo comúnmente aceptado para una experiencia satisfactoria). Más de uno podría pensar, y en esa dirección han ido las primeras excusas de Ubisoft, que el hardware de PS4 y Xbox One no es lo suficientemente potente para un juego tan ambicioso, pero este argumento cae por su propio peso cuando nos encontramos con usuarios de PC que son incapaces de jugar con fluidez en máquinas de 2.000 euros. Las prisas y la optimización nunca se han llevado bien.

Dejo para el final lo más dantesco y es que el juego está plagado de errores que van de lo risible a lo indignante. Ninguna entrega de Assassin’s Creed se ha librado de presentar algunas anomalías en su lanzamiento, pero esta vez los primeros usuarios se han encontrado con un museo del horror que supera sus peores pesadillas. Caras que desaparecen, personajes con comportamiento errático, jugadores que se quedan atascados en el aire o atraviesan el suelo y se quedan flotando… Un auténtico despropósito que jamás debería haber pasado los controles de calidad exigibles.

Lo más triste de todo no es que Ubisoft fuera totalmente consciente de todos estos problemas y aún así decidiera echar tierra sobre el asunto, como demuestra el embargo levantado contra la prensa que impedía publicar análisis de la versión final hasta varias horas después de su lanzamiento oficial en las tiendas. Lo realmente triste es que existe un gran número de incondicionales que deciden pasar por alto de manera consciente todo este desastre, llegando algunos incluso a defender que «no es para tanto» o que «ya lo arreglarán». Y es que si Assassin’s Creed representa la peor cara de la industria del videojuego, sus seguidores más acérrimos demuestran que tenemos exactamente la industria que nos merecemos. Porque una vez más volverá a reinar en las listas de ventas y yo volveré a preguntarme cuántos atropellos serán necesarios para que los aficionados cierren sus carteras al abuso y la incompetencia.

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