Ir de festivales es una experiencia fascinante. Te ves obligado a convivir en un recinto durante horas o incluso días junto a miles de personas que no conoces de nada y con las que sólo te une el amor por la música y, si es verano, algunas quemaduras de primer grado. Y, como en la casa de Gran Hermano, todo lo que sucede ahí se magnifica. Un concierto especialmente inspirado puede parecerte la mejor cosa que te ha pasado en la vida y una chica mirándote con ojos golososo puede mandar tus hormonas de vuelta a la pubertad.
La otra cara de la moneda es que cuando las cosas salen mal (y en un macrofestival hay infinidad de cosas que pueden salir mal), las reacciones pueden ser igualmente acaloradas. Bebidas aguadas, precios abusivos, problemas de sonido, cancelaciones de artistas, pandillas de aguafiestas o letrinas de película de terror son problemas que fácilmente pueden irse de madre y aguarle la fiesta a los asistentes. Cuando llegan los problemas es fácil perder de vista lo terriblemente complicado que es organizar un evento de este tipo y llegar a la muy española conclusión de que tú lo harías mejor. Pues bien, aquí está Bigfest, un juego que te ofrece la oportunidad de convertirte en promotor y descubrir lo fácil que es perder el control de tu propio festival de música.
Con palicos y cañicas
La base de Bigfest no se diferencia demasiado de otros simuladores de gestión como los mitiquísimos Theme Hospital o Zoo Tycoon, aunque a una escala bastante menor. Nada más empezar el jugador aterriza en un descampado lamentable, trufado de malas hierbas y escombros. Ese terreno será el lienzo sobre el que celebrar sucesivas ediciones de un festival de música cada vez mayor. Al principio todo es muy básico: un escenario cutre, unos retretes básicos, unas tiendas de campaña para los campistas y algunas tiendas para sacar alguna perra. Conforme va llegando el dinero el catálogo se va ampliando con nuevos elementos y mejoras para contentar a un público cada vez más exigente.
Mantener el beneplácito del respetable y cuadrar las cuentas no son las únicas preocupaciones de un promotor. En Bigfest también hay que cuidar la relación con los artistas más divos, que en ocasiones pueden pegarle un buen mordisco al presupuesto con exigencias descabelladas o pedir ayuda para solucionar algún problema como encontrar un instrumento perdido en alguna parte del mapa. Ignorar sus peticiones puede suponer en un retraso o incluso que se larguen sin tocar, lo que se traducirá en un cabreo monumental por parte de los asistentes.
En ocasiones también hay que librarse de algunos elementos indeseables, como ladrones rondando por las tiendas de campaña, hippies apestosos que espantan al personal o incluso hombres lobo antropófagos. Un modesto modo online asíncrono permite visitar festivales de otras personas y mandarles estos personajillos para que les fastidien, a cambio de algún dinero extra.
El ritmo viene marcado por un sistema de progresión por «carteles», que vienen a representar «ediciones» del festival. El juego presenta una lista cerrada de artistas independientes que hay que fichar y la duración de sus actuaciones marca el tiempo límite para completar una serie de objetivos. Al principio estos objetivos son sólo una excusa para ir construyendo y mejorando las instalaciones, pero cuando la cosa está más avanzada llegan carteles cada vez más divertidos como luchar contra una plaga de vampiros o mantener los altavoces en perfecto funcionamiento cuando unas valquirias desatan la ira del trueno sobre el recinto. Estas dosis de humor son las mejores aliadas de un juego que de otro modo resultaría demasiado simplón y repetitivo, y suponen una acertada vacuna contra el aburrimiento cuando la fórmula empieza a mostrar signos de agotamiento (algo que empieza a suceder después de las cuatro o cinco primeras horas).
El control táctil de Vita se convierte en el mejor aliado del juego. Es una delicia arrastrar y girar los tablachos de forma tan intuitiva como manejar piececitas de Lego con los dedos y eso hace que me pregunte por qué demonios no hay más proyectos de este tipo para consolas portátiles y móviles. Desde luego es un género que gana en accesibilidad.
Orquestas de barrio
Una de las cosas que más se echan en falta es una mayor personalización. No hay modo libre, el festival es siempre el mismo y su mantenimiento está sujeto a los objetivos que van pidiendo los sucesivos carteles. A pesar de la gran variedad de chiringuitos a montar, no consigue crearse la sensación de que tu festival es único y personal, y es que ni siquiera se le puede dar un nombre propio.
Esta falta de posibilidades de personalización se deja notar en algo tan crucial como las bandas disponibles. Bigfest incluye una selección razonablemente amplia de grupos de Jamendo, una comunidad de distribución de música gratuita, y algunos de ellos son rematadamente buenos. El problema es que a nivel general el espectro musical es muy limitado, ciñéndose a los estilos más genéricos: pop, rock, hip-hop, electrónica, etc. Esto hace imposible celebrar festivales locos de géneros muy peculiares, como el viking metal o el rockabilly, algo que le habría dado mucha más gracia al asunto.
Es un problema difícil de salvar debido a innumerables problemas técnicos y de licencias, pero quizá se podría haber solucionado introduciendo un editor para que el jugador pueda crear fichas de grupos usando su música personal almacenada en la consola o bien habilitando algún sistema que permita acceder al catálogo completo de artistas de Jamendo. Puedo ver el problema, pero ofrecer un listado cerrado de nombres no es la mejor solución, aunque ello permita descubrir propuestas tan interesantes como Ocean Jet o Singleton.
Veredicto
Desde su anuncio en 2013 la trayectoria de Bigfest ha sido un tanto errática. Primero iba a ser exclusivo de Vita, luego se anunció también para PS4 y PS3, su modelo pasó de juego de pago a free to play y al final ha llegado, con escaso bombo, volviendo a su punto de partida como juego de pago para Vita. Por desgracia estos bandazos se dejan notar en un título que en algunos momentos no parece tener las cosas demasiado claras.
A pesar de su excesiva sencillez y de su falta de profundidad, cuesta enfadarse con él. Sabe mal que una idea tan buena como la de gestionar un festival de música no se haya visto mejor explotada, pero por el razonable precio de 10 euros Bigfest se las arregla para resultar simpático y cumplidor, con partidas breves y sin complicaciones para esos ratos muertos en los que no hay tiempo ni ganas para hincarle el diente a algo más consistente. Pueden contar conmigo para una secuela más ambiciosa.
Comments are closed.