Contra todo pronóstico, el nuevo DOOM ha superado todas las expectativas de público y crítica. No solo es un digno sucesor del original de los 90, también es un grandísimo ejemplo de videojuego extremadamente simple en su superficie, pero calculado y bien diseñado hasta en sus detalles más minúsculos.
La pasión enfermiza volcada en el proyecto ha sido tal que ha dado lugar a un curiosísimo huevo de pascua en su banda sonora. Según ha descubierto un usuario al analizar el tema ‘Cyberdemon’ en el software de edición de audio iZotope RX 5, el espectograma de la música (es decir, una representación gráfica de las frecuencias de los sonidos) esconde una sucesión de pentagramas invertidos y el número 666, elementos típicos de la iconografía satánica.
Aunque el compositor Mick Gordon todavía no ha hecho ningún comentario sobre la ocurrencia, más allá de una carita sonriente en su página oficial de Facebook para reconocer la travesura, es fácil imaginar su intención satírica. DOOM fue una de las víctimas de la caza de brujas que, a mediados de los 90, quiso relacionar los videojuegos violentos con un aumento de la agresividad entre los adolescentes (estudios posteriores han revelado lo contrario, que precisamente pueden producir un efecto desestresante en consumidores sanos) e incluso las sectas.
Rápidamente los videojuegos ocuparon el papel de cabeza de turco que ya sufrió el rock duro años antes y, del mismo modo que padres tarados se dedicaban a escuchar vinilos de Led Zeppelin del revés en busca de mensajes satánicos, telepredicadores y diarios sensacionalistas se cebaron con DOOM y demás «nintendos» de sangre y vísceras, a los que en el fondo les vino más bien que mal toda esa publicidad gratuita.