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Sangre con sabor a vodka

Junto a las aventuras gráficas, el de los «yo contra el barrio» probablemente sea el género semidifunto que más nostalgia despierta entre los jugadores que empiezan a peinar canas. Aunque las peleas callejeras empezaron ya en los 80 con Double Dragon y Vigilante, fue a principios de los 90 cuando alcanzaron su cima de popularidad gracias a joyas como Final Fight, Streets of Rage o Cadillac & Dinosaurs.

Era inevitable. Su fórmula era tan sencilla como efectiva: tomar y simplificar las mecánicas de combate de los juegos de lucha y aportar un sentido de la progresión usando como lienzo los niveles de scroll lateral de los plataformas en 2D. Si añadimos la posibilidad de jugar a dos jugadores junto a un amigo o hermano, y unas ambientaciones urbanas herederas de las películas de bandas y justicieros callejeros que hacían furor en los videoclubs, el resultado no podía ser otra cosa que una máquina de imprimir dinero.

Pero los 90 se acabaron y el género no consiguió dar el paso al 3D. La evolución tecnológica y las nuevas tendencias del mercado lo dejaron atrás, víctima de la propia simpleza que lo había encumbrado. Y aunque su alargada sombra se sigue notando en algunas producciones actuales que siguen teniendo como principal protagonista el honesto tortazo a mano descubierta, han tenido que llegar los estudios independientes para rescatarlo del olvido y devolverlo a su forma más pura. Tras cosas tan meritorias como Scott Pilgrim contra el Mundo, los franceses Le Cartel son los siguientes en traer a la actualidad el beat ‘em up de toda la vida, con una apuesta convencidísima que pasa por mantener sus mecánicas clásicas y vestirlas con una ambientación sórdida y ultraviolenta que recuerda más que un poco a Hotline Miami.

Mientras tanto, en Rusia…

Mother Russia Bleeds nos sitúa en una deprimidísima Rusia comunista de 1986. Los cuatro personajes protagonistas, a cuál más repulsivo, malviven ganándose la vida machacando cráneos en peleas callejeras. Hasta que, en mitad de un combate que sirve de tutorial, se produce una redada y despiertan en el laboratorio clandestino de una cárcel, donde usan a los reclusos como cobayas para experimentar con drogas. Con la consiguiente fuga comienza una carrera absurda, a base de puñetazos y navajazos, para escapar del embolado y de paso conseguir algunas respuestas manchadas de sangre.

Resulta curioso cómo, sin tener un guión demasiado elaborado ni con mucho sentido, Mother Russia Bleeds consigue crear un fascinante universo propio. Lo hace, sobre todo, creando narrativa a través de los escenarios. Si en Streets of Rage los niveles eran un simple telón de fondo para las peleas, en el juego de Le Cartel son postales que le hablan al jugador y le muestran en qué mundo demencial se ha metido. Puede que sus gráficos toscos pixelados no sean los más bonitos que podemos encontrar en 2016, pero suplen sus carencias con una retorcida imaginación que rivaliza con El jardín de las delicias de El Bosco. Los más aprensivos pueden verse seriamente perturbados por la visión de gente torturada de forma brutal o cerdos alimentándose de restos humanos, quedan avisados, pero los amantes de lo grotesco sentirán una morbosa curiosidad por seguir avanzando y descubrir qué nuevos disparates aguardan en el siguiente nivel.

Otro de los grandes logros artísticos de Mother Russia Bleeds es su magnífica banda sonora. De nuevo es inevitable acordarse de Hotline Miami al escuchar el agresivo synthwave que Fixions ha compuesto para la ocasión, muy en la línea de Perturbator y Carpenter Brut. El álbum puede escucharse gratuitamente en su página de Bandcamp y comprarse en formato digital por 8 dólares. No me consta que se haya editado en físico, pero es firme candidato a salir en vinilo más pronto que tarde.

Su obsesión por mantenerse fiel a los beat ‘em up de la vieja escuela puede hacer que su jugabilidad resulte demasiado árida para el público actual. A nivel de mecánicas Mother Russia Bleeds resulta casi tan limitado como sus padres de hace 20 años. El puñetazo con carga es un añadido muy acertado (resulta extremadamente satisfactorio cuando este demoledor ataque sale bien), mientras que el botón de esquivado rápido no termina de funcionar como debería cuando el número de enemigos empieza a hacerse difícil de manejar. En estos casos la patada voladora sigue siendo tu mejor amiga, como siempre ha sido.

Ayuda a romper la monotonía la aparición de jefes finales, tan pintorescos de diseño como interesantes en sus comportamientos, y la posibilidad de usar armas improvisadas, cosas que ya estaban ahí en los clásicos del género pero que aquí cobran especial relevancia por sus altas cotas de salvajismo.

Consciente de las limitaciones de su propuesta, Le Cartel ha sabido parar justo a tiempo y ofrecer una historia que no llega a las cuatro horas, a través de unos niveles bastante cortos que animan a disfrutar del juego en pequeños mordisquitos de media hora. Hay un modo arena para los que quieran seguir repartiendo mamporros después de llegar a los créditos y resulta más que bienvenida la posibilidad de jugar en cooperativo local. No he podido probar este modo, pero no me cabe duda de que debe ser todo un festival junto a otros tres amigos.

Veredicto

Mother Russia Bleeds es como un queso muy curado. De sabor rancio, resulta delicioso en pequeños bocados pero algo indigesto en grandes cantidades.

Se le echa en falta ganas de innovar pero, qué demonios, llevamos tanto tiempo sin recibir un beat ‘em up clásico de calidad que su llegada a Steam (próximamente también a PS4) es todo un regalo para los que crecimos con Streets of Rage. Lo que le falta de renovador lo compensa con su carisma, y su capacidad para crear un ambiente malsano en todo momento resulta incluso admirable.

Puede que no sea el nuevo Hotline Miami que algunos esperaban, pero es un título muy sólido que convierte a Le Cartel en un estudio a seguir muy de cerca.

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