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Marionetas de hilos rojos

redstringsclubVan a tener que pasar unas cuantas décadas hasta que los sociólogos y psicólogos del mundo puedan sacar conclusiones claras sobre los efectos que ha tenido sobre la humanidad la expansión de las nuevas tecnologías y los medios de comunicación de masas. Yo no soy ninguna de las dos cosas, pero me atrevo a observar que en los últimos años los hábitos de consumo rápido del ultracapitalismo nos están infectando hasta la médula en nuestro día a día.

La posibilidad de pedir la cena, recibirla y consumirla en el espacio de 10 minutos y sin ni siquiera tener que salir del coche fue solo el comienzo de una filosofía vital que ha echado raíces en todos los ámbitos de la vida. Relaciones sentimentales de usar y tirar, aspirantes a ‘youtuber’ capaces de cualquier cosa por arañar algunas suscripciones o las vidas de mentira construidas en Instagram para conseguir algunos corazones, son algunas de las manifestaciones de un hedonismo llevado a sus últimas consecuencias, donde solo hay lugar para la gratificación instantánea y valores como la confianza, el compromiso o la sinceridad se están convirtiendo en quimeras inalcanzables para personas demasiado frágiles emocionalmente como para enfrentarse a una vida plagada de dolor y decepciones.

En The Red Strings Club una compañía supuestamente altruista llamada Supercontinent Ltd ha descubierto una manera de extirpar de la sociedad la depresión, la ira y el miedo. Mediante unos implantes cibernéticos, los ‘youtubers’ podrán dedicarse a su audiencia sin que les afecten los ataques de los ‘trolls’. Los escritores podrán trabajar sin miedo a las malas críticas. Los tímidos podrán suprimir la frustración que les genera la necesidad de conseguir aceptación social.

En una distopía cyberpunk donde la infelicidad se ha convertido en un problema social de primer orden, el gobierno ha dado su visto bueno para atajarla con esta revolución que promete llevar a la Humanidad hacia la siguiente etapa de la evolución, una donde las personas ya no se verán limitadas por los grilletes emocionales y podrán ser «la mejor versión de ellas mismas».

Cuando un hacker y el dueño de un bar descubren, horrorizados, un complot para instalar en secreto esta tecnología en toda la población deciden usar todos los medios a su alcance para frustrarlo. Lo que propone Supercontinent Ltd no sería ninguna liberación sino despojar a las personas de todo lo que los hace humanos. Porque la tristeza puede generar belleza, la rabia puede incitar a combatir las injusticias y el miedo es la base del instinto de supervivencia.

Una aventura cargada de filosofía

The Red Strings Club es la segunda obra del estudio valenciano Deconstructeam. Como el aclamado Gods Will Be Watching, el juego utiliza un planteamiento de aventura gráfica ‘point and click’ bastante clásico, con una preciosa estética pixel art que recuerda a los clásicos de LucasArts y Sierra de principios de los 90.

Se trata de una propuesta eminentemente narrativa, muy basada en los diálogos y en la capacidad de tomar algunas decisiones. A pesar de las apariencias, sin embargo, no es una aventura gráfica al uso sino una rara avis que utiliza algunas ideas propias bastante curiosas.

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Las secciones protagonizadas por Brandeis, un hacker que puede interferir en los implantes neuronales ajenos, no son muy distintas de una aventura conversacional tradicional, pero el equipo ha insertado en el juego algunas mecánicas, se podría decir que minijuegos, que a pesar de haber nacido como experimentos independientes en game jams se integran muy bien en el conjunto.

Donovan, el extraordinariamente empático y carismático dueño del bar The Red Strings Club, tiene la capacidad de estimular los sentimientos de sus clientes mezclando las bebidas apropiadas en las proporciones exactas para así conseguir un estado anímico que les suelte la lengua y les haga más predispuestos a compartir cierta información sensible. Es muy divertido y no es de extrañar que estas secciones sean uno de los pilares principales de la historia.

Algo más difícil de dominar, pero también estimulante cuando se le coge el truco, es la capacidad de la androide sintiente Akara para fabricar implantes con un método que recuerda a la alfarería: usando unas herramientas para darle forma a un material que gira en un torno. No solo hay que fabricarlos sino escoger qué tipo de modificación sería más apropiada para el destinatario de turno, dependiendo de sus frustraciones y necesidades.

Hay algunas sorpresas más, pero recomiendo dejarse sorprender por ellas. Al igual que Gods Will Be Watching, parte del encanto de The Red Strings Club está en su capacidad para subvertir las expectativas del jugador. Y en este caso, sin la frustración que lastró, para algunos, a su predecesor, el proceso de descubrimiento también es más amable.

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Veredicto

La segunda obra Deconstructeam es una experiencia fascinante que coloca a sus creadores a nivel creativo a la vanguardia del videojuego español. The Red Strings Club es un juego rebosante de ideas y reflexiones tremendamente lúcidas y, aunque no es demasiado largo (la historia puede terminarse en unas tres horas sin demasiado problema) invita a ser rejugado para seguir profundizando en su guion.

En referencia al nombre del bar que sirve de título, los destinos de los personajes están representados por hilos rojos (una iconografía muy presente en la cultura asiática como representación de los lazos que unen las vidas de algunas personas) donde se observan algunas ramificaciones que el jugador puede explorar tomando decisiones distintas para alterar notablemente el devenir de la historia.

Como las copas cargadas de matices que sirve Donovan, The Red Strings Club es un cóctel delicioso que debe paladearse con deleite. Y, como el alcohol, su consumo hace mella en el jugador. Pero en este caso el resultado no es una resaca mortal sino cierto desasosiego existencial y quizá una urgencia por reevaluar algunas elecciones vitales que quizá no sean tan inocuas después de todo.

Y es por eso que The Red Strings Club no solo es un juego brillante sino uno realmente valioso.

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