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Una agonía en toda regla

AgonyA pesar de sus diferencias, el concepto del infierno es algo que comparten casi todas las religiones de la historia. Innumerables obras a lo largo de los siglos dan buena cuenta de los esfuerzos del ser humano para imaginar los tormentos destinados a las almas de los pecadores, ya sea planteado como lugar físico o como un estado de sufrimiento perpetuo en un sentido más metafísico.

Por supuesto, los videojuegos no son una excepción y el infierno ha sido una constante fuente de inspiración, desde DOOM hasta el notable Dante’s Inferno, inspirado a su vez en La divina comedia de Dante Alighieri. El último en sumarse a la lista es Agony, un juego en primera persona con énfasis en la exploración del entorno y la resolución de sencillos puzzles.

Un parto complicado

El desarrollo de Agony no ha sido precisamente un camino de rosas. El proyecto fue presentado en otoño de 2016 con una campaña en Kickstarter que solicitaba financiación para dar a luz a «la visión del infierno más terrorífica de la historia de los videojuegos». Tras conseguir más de 180.000 dólares, el estudio polaco Madmind se puso a trabajar en un survival horror pretendidamente salvaje, plagado de escenas brutales expuestas sin ningún tipo de censura. Su objetivo: sobrecoger al jugador con un alarde de gore y sexualidad inédito hasta el momento.

Los primeros avances cumplieron con las expectativas, sin embargo unos meses antes del lanzamiento la cosa empezó a oler a cuerno (de demonio) quemado. Sus creadores se vieron obligados a meter la tijera de forma un tanto atropellada, metiéndose en un jardín de contradicciones y supuestas soluciones para sortear la autocensura que finalmente no llegaron a nada. Por las razones que fuera, el producto final dista mucho de ser tan escandaloso como prometía y, salvo algún sacrificio de bebés, algunas orgías de súcubos que no enseñan gran cosa y unos señores de pene fláccido empalados aquí y allá, Agony no resulta ni especialmente truculento ni demasiado terrorífico.

No es lo único que se ha desinflado por el camino, downgrade mediante. Lo que se presentó como un survival horror ha resultado ser más bien un walking simulator, uno de esos juegos donde el jugador avanza por el escenario de forma relativamente contemplativa. Tan solo unos sencillísimos puzzles y algunos enemigos esporádicos que deben ser evitados mediante el sigilo aportan algo de interactividad.

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El infierno son los bugs

La premisa de Agony es encarnar a un alma condenada en pos de la Diosa Roja, una entidad supuestamente sexy que promete devolver al jugador al mundo de los vivos si consigue seguirla hasta los límites del inframundo. La «cacería» no es más que un paseo por una sucesión de mapas pésimamente diseñados y peor ejecutados, donde será habitual caerse por agujeros del escenario o quedarse desorientado sin saber dónde demonios hay que ir. Aunque el ambiente opresivo está logrado y hay algunos alardes de acierto en la dirección artística, los abundantes bugs y problemas de iluminación (la mayor parte del juego es tan oscura que no se ve un carajo) consiguen que avanzar por los pasillos de cartón piedra sea un dolor de muelas constante.

Por si no fuera lo bastante irritante morir constantemente por errores del mapeado, por culpa del control impreciso o simplemente sin llegar a saber en absoluto qué te mató, en ocasiones el juego decide mandarte al checkpoint anterior sin ninguna explicación, obligándote a repetir un camino que ya habías superado. Todo ello salpicado, por supuesto, por unas pantallas de carga desquiciantemente largas. La guinda del pastel la ponen los graves problemas de optimización, con notables caídas de framerate, texturas «perezosas» e incluso algunos cuelgues que obligan a reiniciar el juego.

Nunca el nombre de un juego estuvo tan bien traído. Intentar jugar a Agony es una absoluta agonía. Su ejecución es tan chapucera que resulta sorprendente que haya conseguido llegar al mercado y lo que ofrece a nivel lúdico es tan escaso que hay que hacer un esfuerzo constante para no eliminarlo del disco duro de una patada.

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Veredicto

La financiación por crowdfunding y las plataformas de distribución digital han democratizado enormemente la industria del videojuego. Vivimos tiempos emocionantes en los que prácticamente cualquiera, a base de trabajo duro, puede conseguir lanzar un videojuego comercial y, si tiene suerte, incluso vivir de ello. Lamentablemente este escenario también ofrece grandes oportunidades a los oportunistas con más morro que talento. Quiero pensar que los creadores de Agony no pertenecen a ese grupo, que son unos chavales inexpertos pero bienintencionados que se han visto sobrepasados por su propia ambición, pero después de este desastre me cuesta poco imaginarme cabreados como monos bañados en Tabasco a los casi 4.000 mecenas que confiaron en el proyecto.

No voy a andarme con paños calientes. Agony es un juego incompetente, una experiencia que fracasa en todos los aspectos y cuya principal virtud es su escasa duración. La campaña principal puede completarse en unas 6 horas, incluso menos si consiguen evitarse demasiadas muertes absurdas y pérdidas de checkpoints. Para los masoquistas hay varios finales distintos, multitud de coleccionables, una campaña alternativa encarnando a un súcubo y un modo arena con mapas aleatorios, pero no creo que nadie se vaya a quedar con ganas de más cuando aguantar hasta los títulos de crédito ya supone una auténtica proeza de paciencia y cabezonería.

Si algún mérito tiene Agony, y esto no es poca cosa, es que consigue hacerte mejor persona. Después de recorrer este infierno de cartón piedra te aseguro que harás lo posible para ganarte el cielo. No consigo imaginarme nada peor que una eternidad atrapado en esta espiral de bugs, tetas caídas y demonios de carnaval.

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