Cuando se habla de la fuerza desatada de la naturaleza se suele pensar en huracanes, en riadas o en terremotos derribando ciudades como si fueran castillos de naipes. A mí esa expresión siempre me ha sugerido la imagen de un primate furioso golpeándose el pecho y arrasando con todo a su paso. Un mono cabreado es una imagen terrorífica, como bien nos ha enseñado la franquicia de El planeta de los simios, en gran parte por su fiereza natural pero también porque nos resultan demasiado familiares. Están en un incómodo peldaño de la evolución en el que nos vemos reflejados hasta cierto modo. Y entonces surgen las preguntas. ¿Se parecen a nosotros o más bien nosotros nos parecemos a ellos?
Ape Out, el último lanzamiento de Devolver, encabezado por Gabe Cuzzillo, propone justamente encarnar a un gorila a la fuga. Sin preámbulos ni presentaciones, el jugador se pone a los mandos de un enorme primate confinado en un gran laboratorio. Aprovechando un descuido, el animal destroza un cristal y emprende la huida por las instalaciones, arrasando sin contemplaciones con cualquier guardia de seguridad que intente detenerlo. La escabechina no es estrictamente obligatoria, también se puede superar los niveles esquivando a los enemigos, pero el silencio que reina en la partida parece indicarnos que eso está mal. El juego nos anima a luchar por la libertad de forma violenta, a la memoria de King Kong y todos los animales masacrados de forma innecesaria a lo largo de los siglos en nombre del progreso.
Haciendo el mono
La fórmula de Ape Out se inspira en los imprescindibles Hotline Miami. Esto es, un plano cenital bastante alejado que permite apreciar la arquitectura del entorno de forma muy amplia, casi como un laberinto de página de pasatiempos del periódico. De hecho, esa es exactamente la imagen que se nos viene a la mente cuando al morir el juego nos muestra una especie de mapa del nivel con la ruta que ha seguido el jugador y a qué distancia se ha quedado de la salida. En este caso se introduce un innovador uso de la iluminación para ocultar en las sombras los pasillos que no están a la vista del simio, de modo que algunos enemigos no son visibles hasta que se dobla la esquina. Este es uno de sus principales puntos de diferenciación, porque pone un gran énfasis en la exploración del entorno y no tanto en la pura masacre.
El combate es extremadamente simple, aunque interesante por su concepción. En Ape Out el gorila no es ningún asesino, solo un animal sin conocimiento que emplea su fuerza para apartar de su camino a cualquiera que intente detenerle. Tan solo hay dos botones de acción: uno para lanzar a los enemigos y otro para agarrarlos, bastante útil para usarlos como escudo humano. Que revienten como un melón lanzado desde una azotea no es algo intencional, sino una consecuencia lógica de impactar violentamente contra un muro o contra otra persona. La miga está en anticiparse a los disparos de los guardias, cuyo equipamiento es progresivamente más potente, y aprender a usarlos contra sus compañeros. No es un planteamiento que permita grandes coreografías, pero el diseño de los niveles es muy inteligente y consigue sacarle mucho partido. Su verdadero potencial se destapa después de la primera partida, de unas horas, y es en la segunda vuelta cuando suben las revoluciones y todo se vuelve mucho más divertido e intenso.
El enfoque minimalista también está muy presente en el apartado visual, basado en bosquejos y manchurrones que hay que ver en movimiento para que cobren sentido. Se trata de una dirección de arte atrevida que consigue impactar a la vez que estiliza la violencia para que no resulte demasiado desagradable. Su mayor acierto es sin duda la música, unos ritmos de batería de jazz que se mezclan de forma procedural. La delirante banda sonora resulta perfecta como acompañamiento para las sangrientas andanzas del primate y la manera de alterarla de forma orgánica según las acciones del jugador es sencillamente magistral.
Veredicto
Bajo su poco disimulado mensaje animalista, Ape Out resulta una notable colección de laberintos aderezada con combates rápidos y directos, cuya complejidad depende de la mala baba que el jugador decida aplicar sobre los incautos guardias de seguridad del laboratorio. Es válido como un arcade ligerito sin demasiadas complicaciones, y así se lo debería tomar el público menos exigente, pero los más dedicados podrán encontrar en él una capa de complejidad adicional para buscar la partida perfecta. Si acaso se le pude criticar algo al juego es que no empuja demasiado en esa dirección y debe ser el propio jugador el que decida dar un paso adelante y tomárselo más en serio.
En cualquier caso, se trata de una propuesta bastante original que dejará buen sabor de boca a todos aquellos que buscan un primo lejano de Hotline Miami con menos énfasis en los combates frenéticos y más en la exploración de los mapas. Hacen falta más juegos de monos.
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