Al despertar Franz Kafka una mañana, tras un sueño de casi un siglo, encontróse su obra convertida en un singular videojuego. Hallábase echado sobre el duro mármol de su lápida y, al alzar la mirada hacia una computadora que le mostraba algo llamado Steam, se le aparecieron unos dibujos en movimiento que llevaban su nombre. Echóse de nuevo, incapaz de entender nada, dispuesto a dormir